Después de casi tres días de intensa búsqueda en el imponente Cerro Lindo de El Bolsón, Ariana y Valeria fueron encontradas con vida este domingo por la mañana. Las jóvenes, que se habían extraviado el viernes, lograron sobrevivir a dos noches de frío, lluvia y niebla sin abrigo, sin fuego y sin señal de celular. La comunidad de El Bolsón respira aliviada.
Durante todo el fin de semana, brigadistas, bomberos voluntarios, efectivos de Gendarmería, la Policía de Montaña y miembros del Club Andino participaron en un operativo que no se detuvo ni un instante. El Cerro Lindo, con su geografía compleja de filos, mallines y cañadones, representa un verdadero laberinto natural. Un terreno donde perderse no es solo una posibilidad: es una amenaza real. A pesar de las condiciones, todos pusieron el cuerpo, el tiempo y el corazón.
La clave llegó de la mano —y el olfato— de quienes conocen la montaña como a su propia casa: la familia González. Hernán, Aldo Santiago y su perro Leleque salieron a buscar desde temprano, montados a caballo y con una estrategia clara. Se internaron por zonas sin señal, protegidas por reparos naturales, siguiendo la lógica del que ha nacido y vivido en ese paisaje.
Fue Aldo quien, junto a Leleque, dio con ellas. El perro levantó el hocico y empezó a olfatear con insistencia. Aldo entendió de inmediato: algo había. Lo siguió y, entre la vegetación húmeda, encontró a las dos jóvenes. Estaban temblando de frío, mojadas, exhaustas, pero conscientes. Vivas.
La supervivencia de Ariana y Valeria no fue casualidad. Tomaron una decisión crucial: en lugar de seguir caminando sin rumbo, eligieron esperar. Confiaron en que alguien vendría. Se mantuvieron juntas, tranquilas y resguardadas. La montaña no fue amable, pero ellas no se quebraron. Tuvieron coraje.
La familia González actuó con rapidez: abrigaron a las chicas, les dieron de comer y encendieron un fuego. Luego iniciaron un lento descenso a caballo, acompañándolas paso a paso por la ladera resbaladiza. Los rescatistas los esperaban abajo, listos para el traslado.
Y Leleque, el perro, fue más que un compañero: fue guía, fue puente, fue parte esencial del rescate. No pidió nada. Solo hizo lo que hacen los perros criados entre montañas: estar, intuir, encontrar.
Antes del traslado en helicóptero, hubo otro gesto que define lo ocurrido con ternura y verdad: en la casa de los González, ya las esperaban sus familiares con mate caliente, café, té y tortas fritas. No era solo comida: era contención. Era un abrazo después del miedo.
Hoy El Bolsón celebra. Porque hubo final feliz. Porque la montaña, inmensa y desafiante, esta vez dio una tregua. Y porque la solidaridad, el conocimiento del terreno y la entereza de dos jóvenes hicieron posible lo que parecía imposible.
Pero la lección queda: la montaña es hermosa, sí, pero también exige respeto. No siempre hay segundas oportunidades. Esta vez la hubo. Y fue suficiente.